CARMIÑA NAVIA, UN ITINERARIO POÉTICO, UN ITINERARIO VITAL


La poesía, que todo lo retiene
que todo lo eterniza
Carmiña Navia

Todo me obliga a trabajar con las palabras,
con la sangre.
Juan Gelman



“En el vacío inmenso del universo estaba mi vacío”.

Ése es el primer verso del primer poema de esta antología. No el primer poema que escribió Carmiña, desde luego; pero sí el primero de los inéditos y dispersos que, después de un profundo rastreo, se ha podido encontrar.

María Asunción Pintó colaboró activamente en esa búsqueda: “Ya me trepé con la escalera esta mañana y no encontré nada en el rincón empolvado donde pensé que podría estar algo de los comienzos primerísimos…. Lo de antes de cuando era estudiante de Literatura nada de nada, eso sí lo recuerdo”, dijo.

Carmiña ha botado muchas cosas a lo largo del tiempo, ha ido echando fuera mucho lastre, hasta quedarse con la esencia. Y en esa ardua, profunda tarea, apartó de su camino algunos poemas.

Pero que nadie se alarme. Su producción es tan amplia, tan consistente, que ha dado de sobra para realizar una antología que, una vez terminada, más bien parece unas Obras Completas... Había demasiados poemas hermosos, demasiada vida, demasiados sentimientos que de ninguna manera podían quedar fuera.

Porque hacer una antología es siempre una opción. Y un privilegio.

Lo primero, como la vida misma, se convierte en una sucesión a menudo dolorosa de elecciones. Lo segundo... a veces, sólo a veces, la vida lo concede.

Versos primigenios


“En el vacío inmenso del universo estaba mi vacío” dice en Génesis, a los 21 años, la poeta. Para luego añadir: “El agua estaba rota. / Mi vida deambulaba por las calles, entre la sombra inerte de anocheceres fríos. / Todo era hueco. / Era la hora cero de un destino perdido entre la humanidad burlada de destinos gastados. / Era un destino sucio. Era el mío”.

Esos versos primigenios encierran una de las claves fundamentales de su poesía: la introspección, la desnudez, la comunicación de adentro, la mirada nada complaciente hacia el mundo y hacia ella misma.

Y otra más, una conclusión no literaria sino vital: el amor salva, el amor es lo único que salva: “Hay vida… génesis… amor… / Hay amor en tus ojos y en los míos. / Hay  calor en tus manos y en las mías. / Hay confianza en tu vida y en la mía. / Nace la paz, la calma, la esperanza. / Y la felicidad detrás de la montaña”. Es también, años después, la enseñanza de El gran libro (1981): “Para luchar amando para escribir amando para comer amando / para hacer el amor amando para jugar amando y trabajar amando, / para descubrir la tierra amando, para soñar amando, para morir amando”. Y aún más, la verdad que María transmite a su Hijo: “El corazón de una mujer enferma está lleno de amor, / nunca lo olvides hijo: / no puedes acercarte al Dios que ama / si no puedes llegar al corazón de los que otros condenan” (Aquella prostituta, 1994).

Su obra va desvelando poco a poco el resto de las claves. Nadie podrá decir jamás que no conoce a Carmiña Navia: no tiene más que leer sus poemas para llegar hasta un fondo al que casi nunca accedemos en la vida. Es uno de los muchos regalos de su escritura.

Ese recorrido vital se convierte en tarea apasionante no sólo por la mujer que es, sino por lo que representa. Carmiña habla por su boca, sí; pero también por la de muchas cristianas comprometidas de América Latina en unos años especialmente convulsos y apasionantes; unos años en los que, de uno y otro lado del océano, millones de personas creían –creíamos– que todo era posible: hasta cambiar el mundo. Así, por sus versos desfilan realidades y nombres perfectamente reconocibles: Vietnam, Neruda, Freud, Sartre, Bertolt Brecht, Joan Baez, Solentiname, Nicaragua, El Salvador, Sandino, Che, Camilo, Víctor Jara... Referencias ideológicas y emocionales compartidas en uno y otro continente.

Pero estamos todavía en una poeta recién salida de la adolescencia, enfrentada a un mundo hasta entonces desconocido, inmersa en una crisis profunda de la que habría de surgir, en germen, la persona que hoy es.

En La niebla camina en la ciudad (1974) hay una sombra que regresa a lo más íntimo, a la alcoba: “El mismo olor había en la cama / la silla crujía igual”. Las cosas que antes le resultaban familiares ahora “no le decían nada” porque “yo no era yo sino mi sombra. / En mi lugar había venido ella / y la ciudad no quiso recibirla”.

En ese desencuentro, en esa búsqueda, en ese ir y venir del pasado (“soñar y destruirte en cada sueño. / Vivir, si puedes”) al presente (“resucitar con todos tus hermanos / y brindarles tu suerte. / Exprimir tu destino y entregarlo”) le acompañan muchos nombres: Julio Arenas, Mohad Zahid, Roberto Cartagena, Susana Castillo... a los que más tarde se unirán, significativamente, Arturo Paoli (“riega el evangelio en las pupilas de todos los que habitan en el mundo”), Ernesto Cardenal (“pienso en los lagos que tú remas a veces / y pienso en tantos libros (...) / que devoro buscando yo esos lagos / y tu simplicidad”), Jesús Silva (“me habló de los poemas y las revoluciones por hacer”), Guillermo Céspedes (“cuando perdí a Guillermo / comprendí que el infierno estaba cerca”), Óscar Arnulfo Romero (“desde la entraña de tu pueblo / tú viviste a Jesús de Nazaret”) y, ya en su último trabajo (Geografías, 2008), María de Magdala, las beguinas, Juana de Asbaje, Camile Claudel, Simone Weil y Teresa Parodi, entre otras.

Amor


Preside ese libro iniciático (publicado en Puesto de Combate y entregado “a las sangres de todos los que lo vieron hacerse”) un amor salpicado de lucha: “Te daré los besos / que te negaron / la revolución / el fusil / la piedra de la cárcel / la traición del amigo / y todos aquellos que se volvieron contra / tu rebeldía y tu barba”.

Un amor a veces por encima de los cuerpos: “Nos olvidaremos de las horas vacías / de las camas que nos esperaron / tantas noches en vano. / Nuestros cuerpos ya no tendrán sed / ni esperarán hambrientos”. “Seremos dioses”, vaticina.

Un amor vivido como renuncia: “Ni tú ni yo tuvimos sueños de adolescencia, / nuestra existencia sólo nos permitió soñar / con la angustia del hombre / y hacerla propia, / y fue nuestra conciencia la que escogió / la noche para que esa renuncia se hiciera /
carne en nuestras carnes”. Una opción que remite a “un futuro de luchas [que] se perfiló en dos mapas diferentes”.

“Y te fuiste y me fui”. No es tan fácil: “Miro los pedazos vacíos de mi soledad / y te siento a ti”. “En la sombra te llamo (...) / Invoco el nombre nuestro / y nadie me responde (...) / Sin embargo, / sé que un día te tuve”. “Tu abrazo fue una vez como los hilos / que me tenían el mundo, tu caricia / como gotas de lluvia / sobre un cuerpo con hambre, / sobre un cuerpo con sed. / Te quise / y te recuerdo...”.

En 1976, en Esta orilla, publicado en la revista de la Universidad del Valle, aparece “tu piel morena y dura / tu mirar almendrado”, que acompañará por años y años los pasos de la poeta: “En cada atardecer tú vienes / y eres cada deseo”. Va con ella, en 1979, De tascas por Madrid: “Necesito / el calor de tu mano / y tu risa en mi oído, / necesito / que riegues mis silencios / que des vida a mis horas vacías, / necesito / que destruyas mis miedos / que acaricies mi piel / que ilumines mis manos. / Tu nombre / tu piel morena y dura / tu color almendrado / otra vez”.  Regresa en Síganme (1981): “Un deseo carcome mis entrañas en cada renacer de la vigilia: / abandonar la brega / abandonar tanto camino de otro a la suerte de otros... / el amor por su piel morena y dura / su mirar almendrado / el amor por sus buzos y sus jeans / es mi vieja nostalgia repetida / la novela en la noche / y es en últimas / mi vida respondiendo a tu llamada”. No se aparta de su lado en 1994 (De siempre): “Hay un cuerpo / que aprisiona mis horas / es un cuerpo fantasma / que demanda mi piel y me corroe. / Aparece en las tardes / (...) me visita en las noches / y en las vigilias diurnas, / (...) asalta mis quietudes y la felicidad que viene de otros ojos”. Y sigue ahí, siempre ahí, diez años después: “Cuando el amor regresa cada noche / (...) con la fuerza de un corazón que ruge. / (...) Su color almendrado, / su piel morena y dura. / Ese cuerpo fantasma / que me habita en las sombras / regresa agazapado / y es bebida licor de dulce nardo”.

Alguien dijo alguna vez que siempre se escribe el mismo poema...

Maternidad


Conviviendo con todo ello, uno de sus poemas más rotundos: Tú no podrás nacer, dedicado a ese imposible fruto de su vientre al que en el primer verso le dice: “Tú no podrás nacer porque yo no lo quiero”, para añadir, resuelta: “... tu suerte ya está echada”. Escrito en 1967, a los 19 años, no sabemos si es niño o niña, hombre o mujer, quien no podrá nacer para que no venga “a este mundo de odios y mentiras”, para que sus ojos no vean nunca “las flores muertas ni las hojas caídas”; pero, sobre todo, como dice el último verso: “Tú, no podrás morir”.

Este poema dialoga, mucho tiempo después (El fulgor misterioso, 2003) con Pequeña hija mía, donde las rotundidades juveniles, tanto en el fondo como en la forma, vienen matizadas por la madurez: “En esta mañana, domingo soleado, / he decidido conversar contigo / pequeña hija mía, / hija que habrías crecido en mis entrañas / (...) pequeña hija / que no llegaste a ser porque la vida me llevó a otros rumbos, / (...) y en medio de mi cuerpo / se me instauró una herida / que acompañó mis noches y mis días / y Jesús, su palabra evangelio / copó mi cuerpo con su sombra / dejándolo cerrado a tus entrañas /
pequeña, recién nacida niña de mis sueños / niña de mis palabras, de mi música”.

La escritura de esos años iniciales es fresca, directa. Versos cortos, a veces de una sola palabra, con un ritmo musical que resulta fácil de encontrar: “Tu suelo / ávido / breve / sudor / ardiente / baldío / amargo / estéril / sudor / de pueblo / batallador / lloroso / muerto”. Versos para compartir, para ser leídos en voz alta, aunque no exentos de imágenes: “Mañana, cuando sea de noche y el sol / se haya metido entre sus piernas / caminaré” en La sombra que se queda (1974) o “las estrellas se caen y en silencio las mesas de los bares las recogen”, en Diez de la noche viernes (1977).

Aparecen por primera vez esas calles amarillas, tan queridas a la autora, que dan nombre a esta antología: “En las primeras calles amarillas / estaremos desnudos, / seremos como el cisne que vivió después / de haber cantado, / como el ángel que recobró su humanidad / cuando se le partió la espada (...). / En las primeras calles amarillas / estaremos, / frente a una misma chimenea, / con la mirada libre de temor o pesar, / fumando el cigarrillo de la paz (...). / En las primeras calles amarillas / la lluvia de las estrellas / se encendió en los parques / abierta a todo festival / y era de nuevo Dios / y eran los hombres”.

Dios


Dios, apenas nombrado en los comienzos... Dios, que se ha de convertir en protagonista absoluto de muchas de sus búsquedas, vitales y literarias, posteriores.

Un Señor que pronto es interpelado (Caminos de lucha y esperanza, 1977): “Las balas atraviesan el estómago / de muchos estudiantes / y muchos campesinos. / El azúcar se pudre en cajas fuertes / y la leche alimenta los fondos de los mares. / La gente tiene hambre / es mi verdad, Señor, / cuál es la tuya?”. Y en Oración por Guillermo (1981): “Algún día se sentirá tu mano / dándole el triunfo al débil / confundiendo al soberbio? / Ya es la hora, Señor, / hasta cuándo nos tienes esperando?”.

Un Señor al que también acude “a alguna hora de la tarde”: “Cuando mi cuerpo tiene sed / y no hay ninguna mano rodeándolo (...) / te pregunto Señor / si me destruyo / ignorando el temblor de mi sexo / o si alguien necesita que lo ame / en el mismo momento / que otros llenan sus cuerpos”.

Un Señor al que, “en las horas de la noche”, pide perdón “por oír el bolero de ravel en versión electrónica (...). / Perdóname / la espuria de mis sueños / la dispersión de mis pulsiones / mi dios elucubrado. / Perdóname / porque quiero oír tangos”.

Hay un deber ser que preside –y lo hará a lo largo del tiempo– muchos de sus versos: “Tendría que recoger / la sonrisa de los labios cansados de mi hermano /
y llevarla hasta el mundo de la ilusión y del descanso / y no logro siquiera descansar mi cansancio”. Ese reconocimiento de la propia debilidad, esa búsqueda de amor, ternura, fortaleza en las manos del Señor (que pronto se transformará, en sus versos, en un omnipresente Jesús de Nazaret), es una de las claves poéticas y vitales de la autora: “Sabes de mis ansias más hondas / porque tú modelaste con tus manos mi ser, / sabes que me olvido muy fácil de tu amor / y me lleno con mis ideologías y mis libros... / pero / me amas”, dice en Salmo 139 (1981), para añadir 13 años después: “Desde el fondo de mí / desde el principio... / se me enreda el camino” (Salmo 51). En esa misma época, en El pecador que se arrepiente escribe:“Todo aquel que se duele de su infidelidad / de su incapacidad / de su debilidad / merece nuestro abrazo”.

Y en medio “de los ires y venires / de las no claudicaciones” (como dirá mucho más tarde en Geografías, 2008): “De trecho en trecho / de vez en cuando aparecía la sombra de otro amor / pero siempre tu rostro y tu palabra / crecieron más en mí” (Lucas 22,46, 1994).

La fe


El evangelio, la fe, adquieren en seguida corporeidad: los niños, las mujeres, los pobres, los enfermos, los abandonados, los débiles, los campesinos, los desplazados, los oprimidos, la ternura, la lucha, las nuevas lunas, el mundo de todos para todos, el amanecer de las alondras, las primeras calles amarillas; las tierras frescas de praderas sin fin, que manan leche y miel... La nueva tierra.

Nada que ver “con tanta procesión y disfrazados” de Diez viernes Santo noche (1977),
con “el obispo y otro obispo con su carro y su séquito de reyes” o el cura que, en su predicación, “continuaba ignorando / (ignoró hasta las bombas del ejército en la universidad / y entre los campesinos)”.

Pero, por si quedaba alguna duda, escribe un poema de enunciado tautológico y genial: Por qué no voy a misa? Porque no voy a misa. Toda una declaración de principios en la que se inscriben algunos de los sujetos poéticos –y vitales– que van a venir en los próximos años: “Roma silenció a la mujer. / Roma prostituyó desechó malparió a la mujer. / Roma dividió su asamblea en dos bandos: / sotanas-hombres = los dominadores / mantos-mujeres = las esclavas, las impensantes. (...) / En una iglesia-roma / pensada y producida por hombres para hombres / se me niega el derecho de ser inteligente. / No voy a misa porque la parroquia no es la comunidad / porque mi párroco (un cura ciego y sordo) / pide que se condenen los marxistas / y desprecia a las putas / (olvidando que Jesús les promete que son antes que él) (...). / Dios se le escapó a las sotanas / y está en el corazón de los obreros y de los campesinos, / está en los ojos de los niños / y en las manos de las mujeres”.

Como contraposición, “en la asamblea del barrio el niño juega. / Qué nos diremos hoy para vivir a Cristo? / Quién lo hará esta mañana? / En la asamblea del barrio / buscamos todos juntos la onda chévere, / el pan liberador / el trabajo que construya la ciudad sin barreras”.

La lucha


Es una escritura directa y militante, una forma poética en la que el contenido prima sobre el continente, unos versos de urgencia en momentos en los que hay mucho por lo que luchar. Y, lo que es más importante, se cree ciegamente en el sentido de esa lucha.

Aun así, por fortuna, se permite ciertos juegos: “Habrá grupos de hombres y mujeres / (sin distinción de razas – roles – sexos) / que comerán tu voz y escucharán tu pan en medio de quehaceres cotidianos”.

Esa lucha, que ocupa casi por entero La nueva tierra (1979) y Caminando (1981), está descrita en A mi gente de Cali con una conmovedora confianza: “Se pare un mundo con dificultad / (ahora estamos rotos, en un mañana –en el amanecer / de las alondras en las primeras calles amarillas– / estaremos unidos y tendremos gallinas para todos).  / (...) Todo es sencillo / todo es beligerante y nos amamos. / La tierra nueva / empieza a clarear”. También en Un mañana mejor (1981): “No pelearemos / nos amaremos todos / no habrá nadie / que ponga su pie sobre los otros, / será la nueva tierra”.

Son caminos que no se pueden recorrer en solitario, como reconoce en Amigos, dedicado a Puri, Mariella y Asun, con las que comparte no sólo la comunidad javeriana, sino un día a día vital, urgente, comprometido, imprescindible: “Te sonríen / recogen tu cansancio y lo descansan (...). El amigo te busca / en tu insondable alineación, / el amigo te ama”. Otros marchan en la misma dirección: “Hay hombres que caminan y a su paso / la tierra se redime”, escribe en el verano de 1977 sobre los hermanitos de Foucault. Otros, en fin, han elegido rutas diferentes: “Alguno se ha ido lejos / a buscar otra lucha / y nos manda su pedazo de mundo”.

Una acción en la que claramente siente al Señor de su lado (Salmo 90, 1981): “Tú nos librarás de esta sociedad capitalista / de explotación de locura y de pánico. / (...) Lucharemos seguros de tu amparo porque Tú has de dar a cada niño tu sonrisa”.

Su poesía es épica, discursiva, didáctica, asertiva... Salmo de la mujer de América Latina y Los frutos de la lucha (1979) son buena muestra: “Nicaragua / y América Latina / vencerán”. No podía ser de otra manera “con la fuerza de muchos brazos juntos / con la fuerza naciente de muchas esperanzas / con el sueño soñado de muchos corazones (...) / este mapa querido y conocido / se habrá purificado / en sangre de sus mártires (...) / y en las primeras calles amarillas / seremos uno / y será nueva luz de libertad”. “El pueblo de América Latina surgirá redimido y será nuevo: / Salvador, Nicaragua, Guatemala / marcarán un sendero / vencerán al imperio / de su entraña de muerte saldrá vida”, proclama en la Pascua con los muchachos de mi barrio (1981).

Lenguaje

En 1979 la revista Poligramas publica algunos poemas de Carmiña. Y resulta muy significativo observar cómo lo que para el mundo de afuera necesita muchas explicaciones, muchas palabras... se resuelve de manera escueta y poética cuando del mundo de adentro se trata. Así, En la tarde: Tu cuerpo íntegramente / (movimientos y angustias) / cabría en el tamaño de mi amor / como el mío en el tuyo. / Cabría / la palabra es palabra”. O en Presencia: “Te oí / cuando la noche vino / tú no estabas”. Y una afirmación definitivamente hermosa: “Al otro lado de la tarde / está la paz”.

Tres años después, en Antología de poetas escogidos, vuelve a dar en Mi grieta una excelente prueba de ello: “La ausencia de tu cuerpo en el mío / es mi extraña verdad. /

La piel de muchos no es la tuya / tampoco tu piel, tu sonrisa / son ninguna sonrisa ninguna piel”.

Pero la poeta es muy consciente de todo lo que le está pasando, de cómo la urgencia de la lucha se entrevera y a menudo se superpone a su quehacer poético. Así, en Se me escapa la miel (1981), dice: “Hay muchos que vienen a mi casa y preguntan / por qué no escribes más? / No sé qué contestarles y les digo: / la palabra me huyó. / Pero no es cierto”.

Escribe, claro que escribe, escribe mucho (la solapa de La niebla camina en la ciudad dice: ‘Escribe poesía, cuento o crítica, todos los minutos del día’); pero de otra manera. Piensa (Jesús de Nazaret, 1981) que “han complica’o las vainas / y han mermado su lucha” y se apresta con todas sus fuerzas (que son enormes, siempre y para todo) a simplificarlas. A ello dedica durante años su escritura.

Paréntesis


En la producción poética de Carmiña Navia, al menos en la publicada, se produce un largo paréntesis interrumpido con Poemas del Otoño (1994). Los tres primeros epígrafes del volumen que significa su regreso al encuentro con los lectores dejan bien claro cuáles son sus intereses: Sentir del Evangelio, Diálogos de María con Jesús y Llamados; los otros dos están dedicados a Mujeres y Rutas de la ciudad.

Retorna a sus páginas la musicalidad: “Cómo puede el hombre calcular sus fuerzas, / cuando es una brizna en medio del aire / cuando vendavales, rayos o centellas / lo empujan tan fácil?”, escribe en Lucas 14, 28-32; y didácticamente advierte: “(Para ser leído con ritmo de copla)”. “Yo te invito Jesús de Nazaret –Dios escondido– / a vivir en la pobre parcela de mi vida / a recoger mis días. / (...) Yo te invito Jesús de Nazaret –Dios escondido– / a poblar los fantasmas de mis noches / a recoger mis miedos” (Juan, 14,23).

Y pierde la inocencia: “Se me salpicó el alma / se me quemó la fuerza / no pudimos sumar tanto dolor, / en Nicaragua se hizo trizas el sueño, / nuestro camino se llenó de sombras / y entonces vino la infidelidad / (...) distanciamiento del adulto / cansancio en la tarde / cierre del corazón”. Escrito en julio de 1993, Lucas 22,46 refleja también la duda profunda: “Dónde estás tú? / En qué recodo se enredó tu mano? / Cómo encontrar mis ojos con los tuyos? / No sé dónde esperarte”.

Aunque la poesía sigue siendo el reino de las incertidumbres y, por lo mismo, el territorio vedado a los dogmatismos, la respuesta no se hace esperar: “Fuiste creciendo en mi. / (...) Tu palabra / se me instaló en el medio de la vida / y me abrió el corazón” (Juan, 1,48).

Poeta


Desde el principio, Carmiña Navia se reconoce como poeta: “Federico / un muchacho
que conocí / en esas clases que hacemos los poetas / gastándonos la voz y la paciencia”, dice en su primer libro. Mucho más tarde, en 1994, escribe en Distancia: “El poeta pasea sus dolores / en medio de las calles / y su pueblo”.

 

No todos los poetas pasean sus dolores en medio de las calles y su pueblo. Pero Carmiña no es sólo –con ser tan importante– una poeta, sino una intelectual a la que “la vecina interrumpe mis lecturas / con la telenovela de tarde” (Ernesto Cardenal Solentiname, 1977): libros cristiano marxistas, epistemología, semiología literaria y “muchas cosas”. Cualquiera que la haya visto trabajar, escribir en su pequeño despacho atestado de libros y papeles, leer y subrayar en el patio o en la sala, con el ir y venir de la vida cotidiana y la música de los vecinos a todo volumen, mientras prepara el almuerzo, atiende el teléfono, responde correos, navega por internet, habla con una mujer que llama a la puerta o cruza a la tienda a comprar bananos... entenderá por qué sus poemas, su trabajo todo, están tan apegados a las gentes y a la vida.

“Sabios de pacotilla / apuntalados en su rincón de libros / poseedores de verdad y vida /
que no saludan al vecino porque no baila con sus mismos códigos”, escribe en Sabiduría de Universidad, publicado en 1976 en... la revista de la Universidad del Valle, de donde es profesora.

A un poeta “la muerte lo ronda / lo acosan las preguntas en medio de la noche y las estrellas” (Distancia). Los versos de Carmiña están a menudo atravesados de dolor, de angustia, de impotencia, de rabia, de dudas y vacilaciones... Porque, como descubre en Noches de Diciembre (1974), “las cosas bonitas no tienen un poema, / son las que permanecen entre líneas / mientras los hombres cantan, bailan / o toman alrededor de un árbol”.

Se escribe por múltiples razones: para conocer, para interpretar, para compartir, para transmitir, para mostrar, para mostrarse... En el caso de Carmiña, y según ella misma ha dicho: “Escribo poesía para que la vida no se me explote en el pecho”. Ésa es la verdadera poesía, la que nace de una absoluta necesidad, que acaba convirtiéndose en un acto de amor hacia quien tiene el privilegio de compartirla.

En Hacedora de versos (1976), Bertolt Brecht, a quien está leyendo, le recuerda “que ya los versos no los paga nadie / y que la poesía no compite en el mercado diario de besos, leche y pan. / Y en tanto los poetas existimos / sin aprender todavía a morirnos”.

Una poeta tiene pocas cosas tan importantes como su poesía. Por eso, cuando ama, la regala: “Acaricié su barba / y le di unos poemas, / también amor” (Mohad Zahid, 1974).

“De pronto uno se encuentra algún poeta / y es como cuando al corazón / lo recoge una mano conocida”, escribe en 1994. “Mucho tiempo después / Jesús de Nazaret / Jesús rostro del Padre / me reencontré contigo, / fue como cuando al corazón lo recoge una mano conocida”, dice en 1996. Tan grande es para ella la poesía...

Seis de junio


Poemas del Otoño termina, simbólicamente, con Adiós: “Y si la muerte / agazapada siempre / se me llega algún día / antes de lo previsto...”.

“Lo lanzamos en la Casa Cultural”, dice Carmiña, “el 2 de junio de 1994 y el lunes 6 me secuestraron. Como el último poema era Adiós... la gente pensó que había tenido una premonición y que decididamente yo no volvería... Pilar y Asun conservaron la certeza de que volvería”.

Y, gracias a Dios, volvió: “Él se inclinó hacia mí / y escuchó mi clamor, / me sacó de la selva / del fango cenagoso, / sentó mis pies sobre el camino, / consolidó mis pasos. / Levanté mis ojos a los montes / y el auxilio me vino del Señor”. Tiempo después, en Sus huellas (2004), habla de ese encuentro: “Volviste en el dolor, / en el desgarro / volviste en el rugir de una corriente / volviste en el silencio de una selva, / volviste en el abismo en soledad, / volviste en la amargura de una noche, / volviste en el pavor”.

De esa terrible experiencia nació, cuando pudo (1996), Seis de Junio de mil novecientos noventa y cuatro, dedicado íntegramente a los duros días vividos. “A cada colombiano le fue robado algo / (en cualquier dirección, en cualquier sitio, en cualquier clase social) / y nuestros corredores de la vida / se poblaron con noches de secuestros, / a mí me tocó uno”, dice sencillamente en Secuestros.

La poesía en este libro pequeño en tamaño, inmenso en contenido, es fluida, serena, reposada: “‘Solos tú y yo al pie de la montaña’”, / lo repetí mil veces esos días. / Sólo tu envolvimiento y tu presencia / llenó mi soledad y mitigó mi angustia”, recoge en El Dios que habita la montaña. Pero es también rotunda y escueta: “Bájense. Usted se queda. / La brusquedad. Las armas. La dureza. Las miradas de odio” (El recodo-La tarde).

Colombia, que está en el fondo de toda su obra poética, reaparece: “Colombia ha sido secuestrada tantas veces... / (...) Los colombianos perdimos la ciudad / la tranquilidad de la noche / lo dulce del reposo / la luz del mediodía / la fuerza de los amaneceres / el frescor de los vientos / el sonido del agua / la seguridad de las manos cuando caminan juntas”.

En medio del horror, todavía tiene fuerza para pedir a María de Nazaret: “Ayúdalos a ellos / –a todos los que dañan la vida colombiana / en mi Colombia enferma– / a convertir su corazón de odios / en corazón de carne”. Y para escribir Detalles: “Corazones humanos / –disfrazados de guerra– / poblaron de detalles mis minutos (...) / Pedro, de mirada profunda y silenciosa, / me robó el corazón en esos días / el poco corazón que me quedaba. / (...) Tantas veces quisiera encontrarte en la esquina / –con yines y sin armas– / saludarte / invitarte a mi casa y conversar”. Para la poeta, “la venganza es un hilo que no tiene regreso”.

No todo acaba, ni mucho menos, con la ansiada liberación: “El regreso es muy lento / no avanza el corazón en un jet supersónico (...) / El tren y el corazón / acompasados / caminan lentamente ”. Dos años después, aún “el corazón reposa / una larga, larguísima / jornada”.

Epopeya


Y de nuevo, el silencio: “El silencio de Dios cayó en la noche sobre mi corazón atormentado”. El silencio “de un corazón enfermo por la vida”, roto siete años después (2003) con El fulgor misterioso, en donde encontramos no ya a una poeta épica, sino epopéyica. Lo quiere abarcar todo: América Latina, el universo, la historia, el cosmos, la mujer, la maternidad, la encarnación... Y lo hace con una escritura profusa, redundante, circular... una escritura para ser leída de a poco: “Caminan las mujeres de Colombia. / (...) Caminan en la guerra y en la paz, / en medio del tronar de los fusiles / y la angustia de la muerte, / caminan escondiendo a sus hijos / del monstruo que devora la sangre del país”.

Una escritura en la que le dice a su hija no nacida “porque la vida me llevó a otros rumbos”: “Pequeña, tierna mía, / llévame de tu mano a otras esferas, / no dejes que los vientos de los años arrasen mi memoria / y carcoman mi cuerpo, / llévame hasta tu orilla / y entrégame al amor y al universo. / (...) Vamos juntas a Dios / que nos recoge / que nos sueña y nos ama. / Sellemos en abrazo sempiterno / nuestro pacto sororo / que redima / a todas las mujeres de la historia / a todas las simientes de la tierra”.

Mística


En Senderos en destello (2004), junto a poemas nuevos se incluyen otros ya publicados. Con Genealogías femeninas inicia un camino, aquí íntimo y personal (las mujeres de su familia, especialmente su mamá), que habrá de continuar en Geografías. Un camino en el que, a pesar de la temática dolorosa, se deja sentir el placer de la escritura:Te fuiste / cuando la noche anunció su intemperie / te fuiste / en el silencio de tu mirada honda / te fuiste / con el asombro de mis cansados ojos / te fuiste, / no alcanzó nuestra mano a detenerte, / te fuiste, / y las caricias se quedaron huérfanas” (Dos de Diciembre).


El epígrafe que abre el libro, Mi nombre / Tu nombre, es Misterio, acoge un diálogo con la divinidad cuyos versos vuelven a ser escuetos: “Tu nombre / misterioso / impronunciable / se llegó hasta mi verso / y llenó de preguntas / mis espacios. / (...) Una herida sangrante / permanente. / Una pregunta / que no tuvo respuesta” (Yo – Tú – Él). Pero también ondulantes y flexibles: “Para que tú hagas el mundo con tus manos / yo te entrego / el sabor de mis angustias. / Para que tú hagas el mundo con tus manos / yo miro al horizonte / sin preguntas” (El mundo con tus manos).

Diálogo amoroso, escrito en un estilo directo, carnal: “Te he visto / te he sentido / te he amado / he huido de tus ojos y tus manos... / me has amado, / he llorado por ti. / Mi carne rota / quiere seguirte fiel. / (...) Saca de lo profundo de mi barro / los deseos que aprisionan mi cuerpo. / (...) Mi corazón, mi cuerpo, te desean / (...) Ven a habitar mi soledad por dentro” (Yo – Tú – Él). “Eres tú / que me invade / que explosiona mi ser / y abre mis diques” (Cierro mis ojos). “Vértigo que sube palmo a palmo, / erizando mi piel” (El abismo de Dios, 2008).

Diálogo que demanda una respuesta: “ (...) La sangre colombiana que se agolpa en mis ojos / y sentires... / la tragedia del hombre que se pierde / la tragedia de la mujer que sufre... / tantas, tantas preguntas / Y TÚ que no respondes. / Y TÚ que en el silencio de las horas / y en el dolor de las mañanas / te escondes y te callas, / te encoges en el viento dolorido” (En mitad de la noche).

El último (por ahora)


Alguien ha dicho que Carmiña ganó en Geografías (2008), su última obra publicada, mucho poder de síntesis: tiene toda la razón. Hay, en este sentido, un poema modélico, La tarde: “Tus ojos ya no están / tu voz se ha ido, / regresan los sonidos
del silencio. / La piel se me ha encogido / como el dolor del mundo”.

Limándolas, puliéndolas, a veces prescindiendo de ellas, las palabras adquieren un especial protagonismo, una relación placentera y sensual con la poeta que las maneja y que desde el primer momento festeja el reencuentro: “Siempre regreso a ti / como las nubes que se acercan al mar / como el navío que atraca en la ribera” (Poesía palabra), retomando la frescura de su primer libro, la musicalidad de unos poemas veinteañeros...
Hallando, tal vez, respuesta a la duda que entonces, de manera angustiosa, le asaltaba: “Cuando el día se abre, / yo me pregunto / por centésima vez sin encontrar / respuesta, / a quién / le puedo regalar estas palabras” (Cada final de noche, 1974)

Carmiña nos entrega, en su madurez, un poema delicioso, En la mañana, donde pregunta a sus bluyines cómo vestir su día. Entre las posibles sorpresas: el amor, la ilusión, los fantasmas, la tormenta y el frío, dos están ligadas a su gran pasión: qué libros amarás, qué poetas alumbrarán tu ser.

En Geografías vuelven a estar presentes los grandes temas que atraviesan su poesía y su vida: la compasión, la solidaridad, la sororidad, el amor, la angustia, el guayabo, las mujeres, las preguntas, Dios, Jesús de Nazaret, los caminos de espiritualidad... Sin escapar ni mucho menos a la dureza de la vida, asoma con fuerza un aliento lírico, intimista, un mundo hacia adentro que nos permite sumergirnos, una vez más, en el alma de la poeta.

Por fortuna, “en el sombreado espacio de mi alcoba”, Carmiña ha encontrado de nuevo sus palabras, “largamente perdidas, añoradas”. Unas palabras que “tenían el sabor fresco / de un nombre recién hecho, / el aire de un mañana mejor, / la limpidez del agua de montaña. Tenían la caricia / de un camino encontrado / tenían la frescura que tiene / un nuevo amor”.

¡Bienvenidas sean! Porque ellas conformarán sin duda, con el correr del tiempo, la segunda parte de esta antología.

María Ángeles Sánchez

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