María, una lectura desde los subalternos




Carmiña Navia Velasco
Profesora Titular de la Universidad del Valle
Grupo de Investigación en Literatura Colombiana

Toda Cultura es originariamente colonial…
Toda cultura se instituye por la imposición
Unilateral de alguna política de la lengua…
(Jaques Derrida) 

Son tantas ya las lecturas y relecturas que se han hecho de MARÍA, la novela decimonónica de Jorge Isaacs, que podría pensarse que está todo dicho y no es mucho más lo que se puede descubrir. Sin embargo se trata de un texto que sigue interrogando nuestras identidades como vallecaucanos y como mujeres, que sigue diciendo, que sigue permitiendo y proponiendo lecturas e interpretaciones, que sigue hablando a nuestros imaginarios. De otro lado en Cali y el Valle del Cauca, quizás no se ha realizado todavía, un ajuste de cuentas integral con la novela y con el novelista, es precisamente en ese intento que se presenta la siguiente propuesta, como parte de una aproximación múltiple que quiere mirar al autor en todas sus facetas.

En este caso, nos centraremos en la lectura de María, aunque en algunos momentos se establezcan relaciones con algunos otros textos del autor (ensayos, poesías, teatro). Nuestra mirada focaliza las relaciones entre ficción y realidad, entendida esta última como un contexto sociológico que genera discursos y textualidades y en el interior del cual unos grupos sociales y otros, establecen dinámicas relacionales de poder, de oposición o de colaboración. No nos interesa, como es el caso de otras críticas, establecer códigos autobiográficos en la obra, aunque tampoco los descarto, sino ver cómo en ella se representan las dinámicas sociales, económicas e ideológicas… descubrir en ocasiones cómo estas dinámicas se ocultan o se disimulan en la obra.

El punto de partida son algunas afirmaciones de las actuales teorías sobre la ficcionalización literaria:

“… la mentira incorpora la verdad y el propósito por el que la verdad debe quedar oculta; las ficciones literarias incorporan una realidad identificable, y la someten a una remodelación imprevisible…

(en la obra)… no hay un mundo único subyacente, sino que creamos nuevos mundos a partir de otros viejos, y todos coexisten al mismo tiempo en un proceso que Goodman describe como hecho extraído de la ficción” (1).

María es una novela rica en códigos ocultos que nos remiten a imaginarios y convenciones epocales de más o menos fácil localización, aunque no sea siempre obvia su representación en el texto. Aquí radica una de las claves para entender por qué cada generación de críticos vuelve varias veces a la novela.

De esta dinámica social general, nos interesa destacar particularmente, la representación que hace el autor de los sectores o sujetos subalternos, que en la novela podríamos decir que son: los negros/esclavos, los campesinos pobres que se distinguen de los grandes hacendados, los peones de la hacienda… y en cada uno de estos grupos, las mujeres en calidad de doblemente subalternizadas.

Estos temas ya han sido abordados algunas veces en artículos de aproximación a la novela, pero creemos que una combinación de las miradas críticas feminista y postcolonial, arrojan nuevas luces a la comprensión de la dinámica construida en la obra:

“La teoría literaria postcolonial intenta proporcionar los instrumentos críticos necesarios para tratar adecuadamente estas producciones literarias que presentan problemas muy complejos, que la crítica europea tradicional no puede resolver por sí sola, así como también releer los textos clásicos desde otra perspectiva…”

La mirada sobre los sujetos sociales subalternos recibe un aporte muy rico, tanto desde las feministas, como desde los estudios subalternos:

“Este arduo problema de la representación del otro es el punto crucial de la teoría postcolonial –y, también naturalmente de la feminista-. Cómo imaginamos y definimos lo que no somos ?” (2).

Nos preguntamos: en medio de qué juego de intertextualidades se escribe esta novela de tal forma que, posteriormente a la llamada por Margarita Pacheco: la fiesta liberal (1848 – 1854), resulte una propuesta literaria tan conservadora. La ciudad de Cali, es una referencia importante en el mundo representado por Isaac en su novela, y sobre la Cali de unos años anteriores a la publicación de María, nos dice Pacheco:

“Debatiéndose entre la tradición y la modernidad, la ciudad de mediados del siglo XIX se abocaba a la construcción de una fisonomía diferente, más a tono con el impulso renovador que parecían querer imprimirle las nuevas fuerzas sociales en ascenso. En ella una clase y un estilo de vida desconocido –aquel que José Luis Romero denominara como patricio- pugnaban por consolidarse, a fin de cumplir con que presumían era su sino: rectoras de un nuevo destino para la localidad y la región.

“Presa de innumerables contradicciones, entre señorial y burguesa, entre urbana y rural, entre liberal y utópica, -pero ante todo, entre aristocrática y plebeya, Cali contemplaba el convulsivo surgimiento de una ciudad rebelde que se abría paso entre la plebe urbana y rural que –lesionados fuertemente los lazos coloniales que la habían mantenido atávicamente sujeta a la tierra- asomaba entonces perturbando hondamente el espacio” (3).

Cómo aparece o no aparece todo ese pueblo en el universo creado por el autor ?

Para detenernos en la representación que hace Isaac de los sujetos subalternos es necesaria primero una descripción general del mundo construido en el relato. Es indispensable romper las barreras de lo aparente, para ir al fondo de los significados que la ficción oculta y abre:

“Una vez que el significado manifiesto se libera de los que designa, queda disponible para otros usos. Si ahora lo vamos a tomar como metáfora de algo que saca a la luz una realidad oculta, se nos abre claramente un espacio de juego entre el significado manifiesto y el latente. Este espacio de juego es lo que convierte a la ficcionalidad literaria en una matriz generadora de significado. Desde este momento, lo que se dice y lo que se quiere decir puede combinarse de distintas maneras, dependiendo de cómo se vincule, irán surgiendo de un modo imparable nuevos significados, tanto a partir del significado manifiesto como del latente” (4).



Por lo anterior nos detenemos en primer lugar en una propuesta de la estructura general del relato, que nos abra a una mejor apreciación de las subalternidades y colonizaciones en él presentes.


MARÍA, LA NOVELA DE EFRAIN.

Efraín no sólo es el narrador de la obra, sino –a nuestro juicio- su verdadero y real protagonista. Lo que se juega en el desarrollo de la acción, son las condiciones de construcción de la subjetividad del hijo mayor y heredero de la hacienda patriarcal. María, una de sus co/protagonistas, que se inmortalizó en el título (y en las lágrimas que ha hecho derramar), a su lado es sólo una sombra, a la que llegamos únicamente a través de su propia percepción. María, el personaje, está por entero al servicio de Efraín, que nos deja ver de ella, únicamente lo que le concierne a él y a sus amores. María no tiene en la novela ni vida propia, ni voz autónoma.

Es a través de la voz y la valoración de Efraín, que vivimos toda la acción y todos los sentimientos que en ella se despliegan. Efraín narrador, nos criba todo el mundo al que como lectoras y lectores asistimos. La voz central muy ocasionalmente deja escuchar a otros/as… y siempre que lo hace, esos ecos distintos nos llegan mediados por sus propias apreciaciones y sentimientos que condicionan y/o motivan la escucha.

Al respecto, nos dice María Teresa Aedo:

“Por el contrario, (el varón), es poseedor de la palabra, gracias a la cual se constituye en sujeto, sujeto creador y productor, sujeto que nombra, interpela y decide, mientras la mujer y la naturaleza son nombradas, interpeladas y determinadas por la voz del hombre… Efraín es el narrador de la historia, el que nombra o decide callar los acontecimientos y datos, el que da sentido a los acontecimientos, siempre por referencia a su propia subjetividad(5).

La novela entonces se construye como un universo en el cual, Efraín, heredero de un hacendado del Valle del Cauca, a mediados del siglo XIX, se constituye como sujeto adulto. El mundo novelístico, está al servicio de la configuración del héroe que debe someterse a un conjunto de pruebas (estudios, viajes, separación de la familia y de la novia…), para lograr ubicarse como sujeto adulto, merecedor del legado y la confianza paternas. Desde este punto de vista, podríamos hablar de una novela de formación, en la que María, su suerte y su destino, están al servicio del desarrollo de Efraín.

Según Lukacs y Goldman la novela de formación, “acaba con una autolimitación voluntaria por parte del héroe que acepta contentarse con los valores que le parecen empíricamente realizables y que normalmente corresponden a una ideología dominante” (6). De esta manera Efraín acepta el sacrificio impuesto por su padre/patrón, aunque en ello se juegue su felicidad y la vida de María.

La novela nos narra un proceso en Efraín, a través del cual, él debe calificar como heredero. Su entrenamiento tiene fundamentalmente dos frentes: Sus visitas a  las haciendas de su padre y con ellas sus relaciones con campesinos y campesinas, con peones y criados de la finca y su dominio sobre la naturaleza que las rodea, simbolizado en la capacidad para matar al tigre que asolaba la región. Por otro lado, la capacidad que demuestre para dominar y posponer su deseo. Sólo al ser capaz de sacrificar su felicidad, aunque con ello arrastre a alguien a la desgracia, lo capacitará como pater familia, para dirigir los destinos de los suyos. Porque en el sistema patriarcal/capitalista, el deseo debe estar bien domesticado al servicio de los dictámenes económicos.

En la construcción de una subjetividad, son siempre definitivas las relaciones. Al respecto de subjetividades sociales en el siglo XIX, Cristina Rojas, plantea:

“Las identidades (género, clase, raza y nación) se construyen en procesos de encuentro: la forma en la que se define el Otro no es independiente de la definición del Yo. Concebir las relaciones de identidad/diferencia como encuentros del yo y el otro es fundamental para evitar una comprensión esencialista de identidad y para reconocer su constitución mutua. Las relaciones de exclusión y el establecimiento de las diferencias jerárquicas establecen la definición de la propia identidad y de las relaciones de antagonismo. Todas las relaciones de identidad / antagonismo, se forjan a partir de la tensión entre el yo y el Otro” (7).

Desde este punto de vista es imprescindible anotar que Efraín no tiene apenas pares  en la novela. María, su relación más profunda, no lo es, porque una mujer en el contexto de la casa patriarcal no puede ser jamás, un par del hombre. Efraín no tiene primos, no hay en los alrededores de las haciendas alguien con quien su interlocución se desarrolle en igualdad de condiciones, en la novela no aparece ni siquiera un cura –a diferencia de la obra de Eustaquio Palacios, en  la que uno de los interlocutores más significativos es precisamente un sacerdote- con el que Efraín pueda intercambiar y profundizar. Su amigo Carlos, aparece fugazmente, sólo para reafirmarle en sus derechos sobre María.

Entonces, en el ámbito de su familia e inmediatos, Efraín es único como sujeto social, hijo mayor, heredero y responsable del patrimonio. Según su padre, y la visión de la novela, los únicos interlocutores válidos para su hijo, están en Bogotá o en Londres. Queda establecida claramente la superioridad y el privilegio que le corresponden, superioridad y privilegio ante cuyos altares se debe sacrificar aún la propia vida.


LOS GRUPOS SUBALTERNOS

Desde el punto de vista social, la novela MARÍA resulta un verdadero mosaico de clases y grupos sociales en el Valle del Cauca del siglo XIX y Efraín, el futuro patriarca aparece como casi el único (en contraste con su amigo Carlos), capaz de moverse libremente entre todas ellas y ellos, que lo reconocen y constituyen como patrón indiscutible.

Cristina Rojas, nos plantea:

“Una forma de reconocer al otro es tratar de ver cómo el yo se ve a través de los ojos del otro, puesto que el modo en que uno se define a sí mismo no es independiente de la mirada del otro. Quien se denomina a sí mismo como civilizado le da al otro el carácter de bárbaro. La violencia de la representación designa este carácter excluyente en el proceso de formación de identidad, que es denominado por Spivac proceso de violencia epistemológica, “la construcción de un sujeto colonial autoinmolado para la glorificación de la misión social del colonizador”” (8).

Efraín realiza diferentes paseos por la hacienda, cuyo objetivo en la estructura narrativa es el reconocimiento y la aceptación mutuas del amo y de sus subalternos.

Estos, nos llegan a través precisamente de la mirada idealizadora del narrador que reconstruye y representa su propia juventud. Veamos un tramo de uno de estos paseos, cuando Efraín ha llegado a la casa del campesino José:

“La pequeña vivienda denunciaba laboriosidad, economía y limpieza: todo era rústico pero estaba cómodamente dispuesto y cada cosa en su lugar…

Las mujeres parecían vestidas con más esmero que de ordinario. Las muchachas, Lucía y Tránsito, llevaban enaguas de zaraza morada y camisas muy blancas con golas de encaje ribeteadas de trencilla negra… Me hablaban con suma timidez y su padre fue, quien notando eso, las animó diciéndoles: Acaso no es el mismo niño Efraín, porque venga del colegio sabido y ya mozo ?...

José remendaba una atarraya mientras sus hijas, listas pero vergonzosas, me servían llenas de cuidado, tratando de adivinarme en los ojos lo que podía faltarme…” (9).

Estas relaciones se tejen en medio de un paisaje constantemente idealizado, en el que cualquier contradicción es negada u ocultada.

Las clases sociales inferiores se encuentran totalmente colonizadas y no aparece en la novela, la menor sombra de cuestionamiento a los privilegios heredados por Efraín. El narrador dice que su padre, era cercano, sin dejar de ser patrón… Igualmente registra que los esclavos eran felices, hasta donde se podía ser en su condición… Esto nos muestra que la conciencia narradora, es lúcida en cuanto a las diferencias sociales y subalternidades, pero esa lucidez no va más allá de sugerencias muy leves, que no ponen en entredicho el orden establecido. Por el contrario, cuando la mirada narrativa se detiene en los campesinos pobres, los criados o los esclavos, tanto hombres como mujeres, constantemente hay sutiles evaluaciones que dan cuenta de la superioridad con que se ejerce tal mirada. Esta sutil evaluación, es particularmente relevante en lo que toca a los extranjeros y las extranjeras y a la condición de extranjería, que jamás es olvidada y que nunca pasa inadvertida. Los extranjeros/as, conservan siempre un resto de otredad.

El narrador (el autor ?), está convencido de la superioridad natural de los dueños de la hacienda y particularmente del heredero. Por ello, los grupos subalternos son en la novela, prácticamente una parte del paisaje, sin que podamos aprehender a ninguno o ninguna de ellos, en su complejidad, en sus deseos más profundos o en sus contradicciones, mucho menos de sus deseos de libertad. Y como ese paisaje, están igualmente domesticados por la mirada patriarcal/colonial, mirada que regida y condicionada por el deseo manifiesto de Efraín de hacer de la casa paterna un paraíso perdido. 

Es claro que en la narración/descripción de los diferentes habitantes del Valle, Jorge Isaac, más allá de las discusiones a favor de los negros que adelantará unos años después, deja traslucir su aristocracia de hacendado. Aristocracia que no pierde en los caminos de la construcción de la vía a Buenaventura, aristocracia que le reconocen sus allegados, como podemos ver, en la descripción que de él hace Demetrio García Vasquez, un cronista de la Cali de principios de siglo:

“Jorge Isaac, a semejanza de José Asunción Silva, era un gentil hombre, de exquisito refinamiento. Como el señorial poeta bogotano, tenía una gallarda figura varonil. Bella cabeza, cabello ondeado de color oscuro; grandes ojos negros; nariz recta de perfil semita; bigotes espesos y retorcidos que cultivaba con esmerado acicalamiento; barba corta que enmarcaba en sus tiempos de juventud una fisonomía vivaz y apasionante. Vestía con destacada pulcritud y elegancia” (10).

Desde este punto de vista, la novela entonces es un testimonio amplio, de las representaciones e imaginarios que regían la convivencia entre grupos colonizadores y colonizados, en un momento dado de nuestra historia regional.

Si, “La literatura es una de las formas textuales más poderosas en este proceso de creación de representaciones, presunciones e imágenes, y por ello ha de ser estudiada fundamentalmente como instancia de un discurso y como parte de una estrategia de poder” (11),

entonces la novela nos abre las puertas, al manejo de las contradicciones sociales vigentes en el momento de su escritura.

En este contexto, utilizo la expresión colonizados, en el sentido empleado tanto por Said, como por Spivac (12), para referirme a la internalización, por parte de los grupos subalternos, de la palabra dominante que justifica o disimula esa dependencia.

Aunque se trata de una mirada idealizada, hay pequeños apuntes y comentarios que permiten reconstruir situaciones y causas de tensión, en medio de la general aceptación de la subalternatividad como dinámica aparentemente natural y sobre todo deseable. No podemos olvidar que para 1867, año de publicación de la obra, ya la esclavitud había sido abolida en Colombia y se habían sucedido una serie de gobiernos y revueltas, en los que dinámicas de liberación e igualdad se entrecruzaban constantemente. Para 1867, hacía años que la fiesta liberal  había tenido lugar, cómo se planteó.


LA MUJER

Aunque como ya dije, la voz central de la novela es la de un varón, que mira, evalúa y cuenta… podríamos afirmar que el tema central es la mujer, por cuanto la focalización de Efraín, es su amor por María  y la relación tejida entre ellos dos, así como su relación con otras mujeres igualmente fuertes en la novela.

La mirada sobre la mujer que realiza la obra, oscila entre la idealización romántica del ser femenino y la total justificación de su situación subalterna. En este aspecto igualmente podemos considerar la obra Isaacsiana, un fresco de la época, que muestra tanto la situación social de la mujer, como sus representaciones e imágenes. El escenario central del acontecer, es la hacienda familiar, por tanto, la familia es el espacio más significativo y detallado de relaciones que presenta el texto.

La familia colombiana y vallecaucana de mediados del siglo XIX, es una familia que descansa y se estructura sobre y alrededor del poder masculino:

“En cuanto a las relaciones de fuerza que se dan dentro del ámbito familiar, estas estaban especialmente caracterizadas por la supremacía masculina, representada en la figura del esposo o compañero y en la de los padres con relación a los hijos. El respeto a los mayores como detentadores de autoridad se reforzó desde los propios códigos penales…

“Los roles sexuales estaban muy bien definidos y dentro de ellos no había espacio para una concepción de la mujer casada que no fuera la de un ser dependiente, menor de edad a perpetuidad, aunque ella desempeñara junto a su marido labores de carácter económico, tanto o más fuertes que las llevadas a cabo por él” (13).

Así, en MARÍA,  las mujeres no tienen poder de decisión, ni siquiera la madre, con ser ella una figura fuerte en el desarrollo de la trama. Ella hace todo el tiempo, lo posible por apoyar a los jóvenes en los avatares de su amor. En este sentido ella quisiera defender el orden simbólico de la madre” (14), es decir la felicidad y el goce de la relación.  Pero conoce muy bien los límites de sus posibilidades: …si tu padre se opone a tu matrimonio con María, bien sabes que yo debo hacer lo mismo… le dice en una de las conversaciones a su hijo.

Pero esta dependencia e inhibición para la decisión, hace parte de un paisaje idílico, en el que todo es armonía y amor. No hay en la obra ni el más leve rastro de violencia externa contra la mujer, que siempre es descrita en términos de romance y exaltación: 

            “… la naturalización de los roles asignados a las mujeres, hace invisible la regulación jerárquica de los afectos, del sexo, del uso del dinero, del proceso de toma de decisiones, ocultando las relaciones de poder que se establecen al interior de la familia…

“Las relaciones de poder en el seno del grupo familiar, al igual que en cualquier otro grupo social, suponen dominación, y esta puede estar sostenida por medios tan diversos como la coerción y el castigo, o comportamientos de subordinación entramados en la cotidianeidad de los sujetos, como forma natural de organización de la vida diaria, sobre los cuales sus propios protagonistas no tienen conciencia, o si la tienen le otorgan consenso precisamente porque son naturales. Esta es la violencia invisible(15).

Esa violencia invisible se expresa en una total y radical subordinación: María constantemente reconoce ante Efraín su supuesta inferioridad… Cuando Salomé dá muestras de una cierta rebeldía, su padre piensa en internarla en el beaterío de Cali (16). Esto, al mismo tiempo en que Efraín sueña con una mujer virginal-ideal. Tal vez la misma mujer que Jorge Isaacs, canta en sus poemas:

Mujer, toda mujer, toda belleza.
Ni lodo ni proscrita pecadora,
Ni cómplice de mal ni malhadada;
Los deleites y vida que atesora
La dio naturaleza,
Y fue para el amor y el bien creada.
Esa formas purísima bruñeron
A la bermeja lumbre de la aurora.
                                                     [ Saulo, canto XVIII – (17) ]


Ven conmigo a vagar bajo las selvas
Donde las hadas templan su laud:
Ellas me han dicho que conmigo sueñas,
Que me harán inmortal si me amas tú
    [ Las Hadas, - (18)]



Son obvias las connotaciones religiosas para referirse a la belleza y a las cualidades de la mujer. Connotaciones que se dan en la novela, desde el mismo nombre de la heroína femenina y se repiten constantemente en muchos de los pensamientos y apreciaciones del narrador. La mujer es angelical, sagrada,  su belleza es sobrenatural, sin que ello obste para que sea menor de edad, incapaz de juicio certero y de decisión autónoma. Precisamente esa exaltación idealista, es la que oculta la violencia aceptada e integrada a la dinámica de relaciones vigente.

En este ambiente y contexto, aparece y crece la figura de María, la protagonista. Por tratarse de una figura muy central en la obra y muy significativa en los imaginarios de fines del siglo XIX y principios del XX, en ella se cruzan una gran cantidad de contradicciones.

De un lado, como su nombre lo indica, ella es el dechado de todas las virtudes: casta, obediente, sumisa, no ha puesto jamás los ojos en otro hombre, recibe conforme y alegremente de Efraín la educación que él le quiera dar… es cariñosa y servicial con toda la familia y respeta la autoridad paterna.

Pero de otro lado, hay algo en ella que no le permite una plena integración a la casa patriarcal. Su condición de huérfana, extranjera, heredera de otra raza y religión no se olvida jamás… Ella se sabe distinta y la novela muestra indicios de que esa alteridad sale a flote en los momentos más definitivos y dolorosos de la vida de María. Es importante el cambio de nombre que ha padecido la protagonista: Deja atrás el judío Esther, para internarse en el católico María. Sin embargo ella sabe muy bien que su condición de orfandad se agudiza ante el destino que le ha sido dictado por la autoridad del pater familia.

A juicio de Doris Summer, es fundamentalmente su condición de extranjería, la que la incapacita para ser la madre futura de los hijos del joven patriarca:

“Para los hacendados católicos obligados a insistir en las distinciones raciales, María es una amalgama imposible de identidades judía y cristiana, una combinación efímera de la mujer seductora y la inocente. Es como si la contradicción entre su excesiva sensualidad (judía) y su heroica inocencia (cristiana) finalmente cancelara ambos términos y la matara. La niña literalmente libra una lucha a muerte consigo misma” (19).

Esta lucha se expresa en la novela varias veces, especialmente cuando María añora no haber muerto con su madre y desea la muerte ante la imposible construcción de su frágil identidad.

Y en esa lucha, encontramos las contradicciones tanto del personaje como de la novela. María quiere ser buena en términos de los mensajes y las órdenes que recibe, pero en su fuero interno es una joven profundamente rebelde. Tal vez por ello algunas veces explicita ante Efraín su reconocimiento a la bondad del padre y de la madre… porque en su interior más profundo se alegra de la pérdida económica sufrida por la familia, esa perdida la rescataría de su destino de separación de su amante.

María jamás acepta la orden impartida por el interés del patriarca y en la casi única oportunidad en la que el narrador nos deja oír su voz, ella señala muy claramente la evaluación que hace de la situación:

            “Si no hubieran interrumpido esa felicidad, yo habría vivido para ti” (20).

María es absolutamente lúcida, pero su subalternidad no le permite una rebelión en forma, sobre todo porque quien tendría que haber sido su aliado natural, Efraín, no tuvo nunca fuerzas para intentar una ruptura. Efraín, nunca escuchó o comprendió realmente, la voz de los otros.

Podemos pensar que Jorge Isaac, tiene una especial sensibilidad para captar la situación de indefensión de la mujer en el sistema, derivada en parte de los problemas que rompen, dificultan o alienan la relación madre/hija. Relación que aparece igualmente robada o silenciada en algunos de los personajes femeninos de su novela inconclusa CAMILO. En los fragmentos conservados de esta obra, alcanzamos a vislumbrar el drama de la ñapanga Abigail, a quien se ha separado de su hija Rita, la cual crece igual que María, con sus padrinos quienes ejercen sobre ella la patria potestad. No se puede concluir mucho en esta lectura, porque los fragmentos salvados no son suficientes, pero podemos claramente intuir un drama en los senderos de esta mujer y esta niña:

“Es verdad que Abigail iba a San Esteban una o dos veces cada semana. Pero, cómo no había de llorar, recordando las horas que pasó con su hija, contemplándola a solas y estrechándola en sus brazos, casi dichosa, aunque Rita misma no pudiese comprender porque eran tan dulces y amorosos aquellos labios, ni sospechar que era su madre, quien la acariciaba ? Cómo soportar, sin que le faltara el ánimo, sin descubrir su secreto, ese martirio de vivir separada de su hija, y de ocultarles a Rita y a todos los que la rodeaban la felicidad que a su lado gozaba en estos instantes ? Cómo exigir mudez eterna a ese corazón torturado así ?...” (21).

Igual que Abigail, María tiene conciencia de su situación infeliz y se mira a sí misma no como alguien portadora del desastre por la enfermedad que padece, sino como víctima del desastre que causan otros en ella. Esta conciencia le permite no perder nunca de vista, su carácter de subalterna en la casa en la que ha sido acogida. Esta acogida siempre ha sido con límites, límites que ella no ignora y que además siente permanentemente.


LOS NEGROS / LOS ESCLAVOS.

Es en este nivel y temática de la obra, donde a mi juicio, se presentan las mayores ambivalencias del autor, porque se ve un claro contraste entre algunos aspectos de la novela y su conciencia y lucha en otros terrenos. Isaac plantea, sobre la raza africana en el Cauca, entre otras cosas, lo siguiente:

“… eran los caucanos extraños a los odios políticos, engendro de las ambiciones y de las guerras civiles. Mas allí, donde todo habla de Dios, ocultábase avergonzada ante la libertad, la más anticristiana de las injusticias, la más insolente ironía contra la república; en ese país había esclavos” ( 22).

Califica pues en su artículo de vergonzosa, anticristiana, injusta e insolente a la práctica de la esclavitud.

Esta condena en la novela, no es sin embargo tan clara. No digo que no esté presente una velada reconvención por dicha práctica, sobre todo en el diálogo entre el padre de Efraín y el “dueño” que le vende a Nay, pero no percibimos una condena abierta y radical, no encontramos una propuesta novelística que plantee la superación de la esclavitud. El texto se mueve contradictoriamente entre varias lecturas sobre  los negros, esclavos y esclavas.

En primer lugar, nos hallamos ante el mundo social descrito por el narrador: un mundo poblado por distintas razas y clases sociales que viven en armonía idílica. En este aspecto parece que la propuesta de la obra, no es superar las diferencias que conllevan las clases y razas, sino aceptarlas y vivir en colaboración perfecta y utópica. Isaac se niega a registrar la menor sombra de contradicción entre amos y esclavos, entre hacendados y empleados, entre ricos y pobres… María,  no registra ni el eco de las luchas que se dan en el país en esos años.

Al plantear un paisaje idílico, la esclavitud no se confronta en su práctica continuada. Una vez que se han realizado los saqueos en las costas del África, la esclavitud se convierte en destino que se puede vivir mejor o peor, pero que no parece que se puede  evadir. MARÍA, propone una forma “correcta y piadosa”  de vivir ese destino. Los esclavos aceptan al patrón que es bueno con ellos: les permite bailar, les da una vida agradable, no los lastima… Los esclavos son encargados de realizar la oración familiar después de la comida, es decir su integración a la hacienda patriarcal está aceptada por ellos y está además sacralizada.

La novela construye un cuadro armónico, paradisíaco, en el que las diferencias de clase y raza, son siempre respetadas por los grupos subalternos y a cambio de ello, los patronos les dan un trato afable y generoso. Pero si tenemos en cuenta que la familia de Isaac, habitó la Casa de Sierra, es decir la región que sirve de paisaje a la novela, a partir de 1955 (23), tenemos que pensar que esta convivencia no era tan idílica, porque ya había tenido lugar la llamada fiesta liberal en Cali, y el conjunto de luchas que supuso.

Sin embargo tenemos que pensar que al disimular o ignorar estas contradicciones, la novela María, dialoga con la cultura colombiana reforzando una interpretación conservadora de nuestra propia realidad:

“La novela se presenta como mediadora entre el yo y el mundo. Como tal, actúa de forma defensiva. Se puede argumentar que la lectura de novelas comenzó cuando empezó a decaer la autoridad de la religión. Allá donde antes era la religión la mediadora entre el yo y el mundo, pasó a ser la novela la que asumió ese papel. Pero al sustituir una forma tradicional por otra basada en el mercado –en la comercialización y su mundo de ensueño o entorno artificial- la distinción entre realidad y ficción, entre yo y otro, o entre interior y exterior, empezó a desmoronarse de un modo completamente nuevo y repleto de importantes consecuencias” (24).

Al actuar esta narración, como mediadora entre la conciencia y el mundo, el paraíso de Isaac distorsiona una realidad social compleja y conflictiva. El poder del discurso del que han hablado Spivac, Foucault y Said entre otros y otras, se impone como interpretación real.

En ese sentido el testimonio recogido por Rivera y Garrido, de uno de los antiguos esclavos de la hacienda, ilumina aspectos disimulados, si se lee en una determinada clave y perspectiva. La entrevista es más larga, pero me interesa ahora tomar sólo unas palabras del entrevistado. A las preguntas por la niña Eloisa que se le hacen, con las que se trata de seguir el rastro de María, la protagonista, una de las respuestas dadas por el supuesto Juan Ángel, es:

“Le diré mi blanco y dispense: como yo deserte de la hacienda mucho antes que mi patrón don Jorge y la señora se murieran y nunca he vuelto a ella, no sé a derechas si fue que la niña Eloisa falleció, como me parece haberlo oído decir, o si existe todavía” (25).

La deserción hacia los palenques u otras tierras… en el caso de este esclavo parece haber sido hacia el sur del Cauca, era una práctica mediante la cual, los esclavos intentaban repetidamente escapar de su situación. Surge entonces la pregunta: si la vida en la Casa de la Sierra, era tan idílica como Isaac la pinta, por qué la necesidad de huída de uno de los esclavos preferidos por la familia, el pequeño Juan Ángel ? Indiscutiblemente la deserción obedece a un descontento, que estaría mostrando las condiciones conflictivas de la vida entre amos y esclavos.

No obstante lo más importante de la novela, en lo que a los afroamericanos y a la esclavitud se refiere, es el relato inserto sobre el rapto y destino de Nay y Sinar.  Se trata de una narración significativa en el conjunto del relato, por cuanto el destino de los amantes puede leerse como un espejo que anticipa la suerte que tendrán los protagonistas. Por otro lado, parece que Isaac quiso introducir en este micro drama, un homenaje anti/esclavitud, aunque en él mismo encontremos como ya lo hemos dicho, ambivalencias.

Esta parte de la novela, por un lado le produce un origen y un pasado, coherente y aceptable a los esclavos que hacen parte de la familia de Efraín, y en ellos, a los demás esclavos. Un origen que de un lado, resuelve dudas y denuncia lo injusto y arbitrario de su realidad. Pero de otro lado, también los inserta con claridad y contundencia en la unidad hacienda católica, que es en la que los conocemos.

En el microrelato, además de lo exótico del paisaje y de la raza, quedan claros algunos presupuestos que corresponden indiscutiblemente al pensamiento de Isaac/Efraín, sobre la problemática que abordamos. Tal como lo plantea Said, podemos establecer que:

“… las narraciones son fundamentales desde mi punto de vista, ya que mi idea principal es que los relatos se encuentran en el centro mismo de aquello que los exploradores y los novelistas afirman acerca de las regiones extrañas del mundo y también que se convierten en el método que los colonizados utilizan para afirmar su propia identidad y la existencia de su propia historia…. El poder para narrar o para impedir que otros relatos se formen y emerjan en su lugar, es muy importante para la cultura y para el imperialismo, y constituye uno de los principales vínculos entre ambos”  (26).

También es importante en este sentido, tener en cuenta, lo denunciado por Fanon:

“No se ha demostrado suficientemente quizás, que el colonialismo no se contenta con imponer su ley al presente y al futuro del país dominado. El colonialismo no se contenta con apretar al pueblo entre sus redes, con vaciar el cerebro colonizado de toda forma y todo contenido. Por una especie de perversión de la lógica, se orienta hacia el pasado del pueblo oprimido, lo distorsiona, lo desfigura, lo aniquila. Esa empresa de desvalorización de la historia anterior a la colonización adquiere ahora su significación dialéctica” (27).

Sobre el origen de los africanos en América, María  es el discurso dominante durante más de un siglo en Colombia, vale la pena entonces desentrañar su contradicciones.

Desde nuestro punto de vista Isaac, quiere recrear un continente Africano primitivo e idealizado. Indiscutiblemente no nos hallamos en El Corazón de las Tinieblas. La descripción de Conrad, en ocasiones estremece:

“La tierra no parecía la tierra… allí podía vérsela como algo monstruoso y libre… Era algo no terrenal y los hombres eran… No, no se podía decir inhumanos. Era algo peor, sabéis, esa sospecha de que no fueran inhumanos. La idea surgía lentamente en uno. Aullaban, saltaban, se colgaban de las lianas, hacían muecas horribles, pero lo que de verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea del remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados, tumultuosos. Feo ? Sí era algo bastante feo…” (28).

Isaac no ve monstruos, por el contrario sólo ve guerreros y princesas buenos y buenas… pero esa idealización, tiene claramente una fisura: la religión.  El misionero cristiano que llega a las Costas de África tiene la misión de convertir a los primitivos a la religión superior. Sinar y Nay, antes de haber sido sometidos a la esclavitud, han sido convertidos al cristianismo, la religión de Occidente, de los traficantes, de los colonizadores. En cualquier caso, en este lado del mundo, hay algo superior, ante lo cual otras realidades pueden y deben sacrificarse.

La conversión al cristianismo por parte de los africanos esclavizados o no, está proponiendo la excelencia de mundo portador de esta religión. Esto en la novela no ofrece discusión. Tanto Nay, como su amado asumen la nueva religión, como la única posibilidad de elevar su espíritu y de soportar dignamente las pruebas de la vida, incluida su esclavitud. De esta manera los esclavos y los amos, los nacionales y los extranjeros, las huérfanas… todos y todas, antes de estar reconciliados en la convivencia, lo están en la religión, que disimula y oscurece las contradicciones en el intento de trascenderlas. Así, Esther debe ser María y Nay, debe ser Feliciana. Alrededor de la mesa de los patrones, en la que mientras unos comen, los otros sirven, todos son nivelados en la oración que entonan los esclavos…

Si tenemos en cuenta la potencia de lucha que pueden significar las prácticas religiosas, tenemos que aceptar que en María esta lucha está inhibida, lo que no pasa siempre en la historia, según testimonios de otras comunidades. Al respecto, se nos dice en una investigación sobre las Antillas:

“Los cultos afroamericanos, transfiriendo al Nuevo Mundo una parte considerable de las religiones africanas, fueron el sitio privilegiado de reajuste entre los símbolos y las estructuras sociales. Siguen siendo también agentes poderosos de impregnación de los valores y dominio de la sociedad global. La importancia de la posesión, los lazos estrechos con la terapéutica tradicional, la reinterpretación de personajes cristianos, permite a la masa de sus fieles la apropiación de cultos que la sociedad dominante reprime. Pero aquellos que lo hacen, luchan contra su adhesión parcial a los valores dominantes: creer y participar son cosas al mismo tiempo aceptadas y rechazadas. Como en otros aspectos de la vida cultural, el asalto así realizado por los cultos afroamericanos muchas veces ha llevado a la coexistencia de dos universos de representaciones y prácticas y a dos escalas contradictorias de solidaridad social (29).

Las prácticas religiosas de resistencia, se configuraron entonces como posibilidad de lucha y alternativas sociales, por el contrario, las prácticas religiosas de aculturación como las propuestas por María, fueron definitivas en la domesticación de los esclavos y en general de los y las subalternos/as.

En la novela, la idealización/aceptación de el otro, pasa por asumir la religión dominante en Colombia en ese momento, como la religión excelsa que garantiza el orden, la convivencia y la bondad de los patronos y de otro lado la subordinación y el reconocimiento de los esclavos. Es importante además tener en cuenta que en las décadas del 50 al 80 del siglo XIX, una de las discusiones fuertes en el país se dio alrededor del papel que tendría que jugar el catolicismo como religión dominante en el conjunto social y en relación al estado. Aunque en María el aspecto religioso no se desarrolla tanto, como en El Alférez Real de Palacios, sí juega un papel simbólico determinante y se coloca en la discusión –con los imaginarios que refuerza- del lado de las tesis más conservadoras en estos terrenos.



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Ante el panorama analizado, surge una pregunta: Hay alguna conclusión clara en la propuesta estético/ideológica de MARÍA, la novela de Isaac, sobre los sujetos subalternos o subalternizados ?  Me parece que como he dicho varias veces, nos movemos en la ambivalencia y en ocasiones en la contradicción abierta.

Creo que el autor pretende tener una posición contra la esclavitud, que se refleja sobre todo, en la liberación de su condición a Nay, cómo lo plantea Arciiegas:

“Lo de los negros es fundamental dentro de la novela y la vida de Isaac. En Colombia se había declarado la libertad de vientres en los primeros años de la independencia. Los hijos de esclavos nacían libres. Además quedaba prohibida la importación de esclavos. Pero la liberación total, solo viene a ocurrir en tiempote José Hilario López. Simbólicamente Isaac quiso que María, en su novela fuera como una imagen lejana, ideal, que viniera a presidir esa liberación. Veinte años antes de que López cumpliera su reforma radical, el padre de Isaac le da la libertad a la negra Nay, la Feliciana de María…” (30).

Sin embargo el conjunto del pensamiento católico/conservador, en el cual se mueve el autor, se cuela por los intersticios hasta su novela y difumina la conciencia de los esclavos y de las mujeres en un sentimiento idealizado que termina por bendecir situaciones de colonización.

En este aspecto una de las virtudes de MARÍA  es el magnifico cuadro logrado,  que permite a las distintas generaciones de lectores/as, un acercamiento siempre nuevo a este complejo universo social de la hacienda vallecaucana del siglo XIX.


NOTAS:
(1) Wolfgang Iser:
      LA FICCIONALIZACIÓN: DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA DE LAS FICCIONES LITERARIAS
      En: AA.VV. TEORÍAS DE LA FICCIÓN LITERARIA
      Arco Libros – Madid 1997 (Págs. 44 – 45)


(2)  Marta Segarra:
       FEMINISMO Y CRÍTICA POSTCOLONIAL
      En: Marta Segarra y Angeles Carabí: FEMINISMO Y CRÍTICA LITERARIA
      Icaria – Barcelona 2000 (Págs. 71 y 75)

 (3)  Margarita Pachecho:
       LA FIESTA LIBERAL EN CALI
       Edición, Universidad del Valle – Cali 1992 (Pág. 57)

(4)  Wolfgang Iser, artículo citado. 

(5)  María Teresa Aedo Fuentes:
       MARÍA Y LA MUERTE DE LO FEMENINO MATERNO
       Texto que hace parte de la investigación más amplia, “Género y Discurso en la configuración de las identidades nacionales en la novela y el ensayo del siglo XIX”,
        Proyecto FONDECYT Nº 1970937 / Año 1997

(6) Angelo Marchesse y Joaquin Forradellas: DICCIONARIO DE RETÓRICA, CRÍTICA Y TERMINOLOGÍA LITERARIA
       Entrada: BILDUNGSROMAN
        Editorial Ariel – Barcelona 1989 (Pág. 44)

 (7)   Cristina Rojas:
        CIVILIZACIÓN Y VIOLENCIA, la búsqueda de la identidad en la Colombia del siglo XIX.
        Edición Norma, Universidad Javeriana – Bogotá 2001 (Pág. 78) 

(8)   Cristina Rojas, obra citada. (Pág. 150)
        Cita a su vez a: Gayatrri Chakravorty Spivac: The Women`s Texts and a Critique of Imperialism. 

(9)   Jorge Isaac, MARIA, Edición crítica a cargo de María Teresa Cristina

        Edición de Universidad Externado de Colombia y Universidad del Valle

        Bogotá 2005


(10)  Citado por:
       Luis Carlos Velasco Madriñan: EL CABALLERO DE LAS LÁGRIMAS
       Editorial América – Cali 1942 (Pág. 114) 

(11)  María José Vega:
         IMPERIOS DE PAPEL, Introducción a la Crítica Postcolonial
         Editorial Crítica – Barcelona 2003 (Pág. 84)

 (12)  Planteamiento desarrollado fundamentalmente en:
         Edgard W. Said: CULTURA E IMPERIALISMO
         Anagrama – Barcelona 1996

(13)  Gilma Alicia Betancourt M.
          EL MALTRATO A LA ESPOSA O EL DERECHO A CASTIGAR.
         PALMIRA 1858 – 1875
          Centro de Estudios de Género – Universidad del Valle, Cali 1994 (pçags. 176 y sgtes.)

(14)  El orden simbólico de la madre:
Es una conceptualización propuesta por Luisa Muraro en sus estudios en torno al sistema patriarcal, que plantea que los hijos y particularmente las hijas, son separadas del goce y la lengua materna, por la ley del padre que empieza a controlar su deseo.
Ref. Luisa Muraro: EL OTRDEN SIMBÓLICO DE LA MADRE
Editorial horas y Horas, Madrid 1994

(15)   Eva Giberti / Ana María Fernández:
         LA MUJER Y LA VIOLENCIA INVISIBLE
          Ed. Suramericana – Buenos Aires 1989  (Pág. 194)

(16)  BEATERIO:
Es un término que parece derivarse del beguinato medieval, inicialmente un espacio de libertad y creatividad religiosa para mujeres y que evolucionó en América Latina en el sentido de espacios inmediatos a parroquias o conventos, en los cuales se recluía a mujeres solteras sin dote, para que vivieran bajo el control de los varones eclesiales.

 (17)   Jorge Isaac, SAULO
          Edición de Carlos Vasquez  Zawasky
          Universidad del Valle, Cali 1993


(18)   Jorge Isaac, POESÍA
          Edición a cargo de Armando Romero Lozano     
           Universidad del Valle, Cali 1967 (Pág. 286)


(19)  Doris Summer:
         FICCIONES FUNDACIONALES, Las Novelas Nacionales de América Latina.
         Fondo de Cultura Económica de Méjico – Bogotá 2004 (Pág. 246)

(20)  Jorge Isaac, María,  edición citada, (Pág. 297).

(21)  Jorge Isaac, CAMILO,  fragmentos. Presentación de María Teresa Cristina.
          Revista PALIMPSESTO Nº 3 – Universidad Nacional de Colombia
         Bogotá 2003  ((Pág. 231)

(22)  Jorge Isaac:
         LO QUE FUE, ES Y PUEDE LLEGAR A SER LA RAZA AFRICANA EN EL CAUCA,
         Artículo, texto fotocopiado. Recuperado y facilitado por la investigadora, María Teresa Cristina. 

(23) Dato suministrado por Luis Francisco López, en su excelente trabajo:
        LA TUMBA DE MARÍA ISAAC: GÉNESIS Y DESARROLLO DE UNA LEYENDA VALLECAUCANA
        Ministerio de Cultura, Editorial El Malpensante - Bogotá 2002 (Pág. 233)

(24) Lennard J. Davis: RESISTIRSE A LA NOVELA. NOVELAS PARA RESISTIR.
        Ideología y Ficción
        Editorial DEBATE, Madrid 2002 – Pág. 13    

 (25)  Luciano Rivera y Garrido: Una Vieja Reliquia de María, citado por:
        Luis Carlos Velasco Madriñan, en El Caballero de las Lágrimas, obra citada,
        (Pág. 171).

 (26)  Edgard W. Said:
         CULTURA E IMPERIALISMO
         Editorial Anagrama – Barcelona 1996 (Pág. 13) 

(27)   Frantz Fanon:
          LOS CONDENADOS DE LA TIERRA
          Fondo de Cultura Económica de Méjico – Méjico 2003 (Pág. 192)

 (28)   Joseph Conrad:
          EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
          Editorial El Tiempo – Bogotá 2004 (Pág. 82)        

 (29)   Jean Benoist:
          LA ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LAS ANTILLAS
          En: AA. VV. AFRICA EN AMÉRICA LATINA
          Siglo XXI Editores, París – UNESCO 1987 (Pág. 97) 

(30)   Germán Arciniegas:
          GENIO Y FIGURA DE JORGE ISAACS
          Editorial Universitaria de Buenos Aires – 1967 (Página 57)


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